martes, 11 de diciembre de 2012

Valores morales


La tolerancia


La tolerancia es uno de los valores humanos más respetados y guarda relación con la aceptación de aquellas personas, situaciones o cosas que se alejan de lo que cada persona posee o considera dentro de sus creencias. Se trata de un término que proviene de la palabra en latín “tolerare”, la que se traduce al español como “sostener”, o bien, “soportar”.
La tolerancia es posible de medir en determinados grados que guardan relación con la aceptación que se tenga ante algo con lo que no se está de acuerdo o que no se adecua al propio sistema de valores.
La importancia de la tolerancia radica en la posibilidad que nos otorga de convivir en un mismo espacio con personas de diferentes culturas o con diferentes creencias. La tolerancia es la que nos permite vivir en armonía en un mismo país con personas que profesan diferentes religiones, que apoyan otras tendencias políticas, que poseen una condición sexual diferente, etc. La tolerancia no sólo es aplicable a nivel de país, sino que es algo que debemos desarrollar en nuestros hogares con aquellas personas a las que más queremos, como nuestra familia y amigos, así como también, a nivel mundial, donde se intenta convivir en armonía con un sinnúmero de culturas y personas muy diversas.
Como vemos, la tolerancia se encuentra en estrecha relación con el respeto, pudiendo así ser capaces de aceptar las diferentes opiniones en torno a un mismo tema, aceptando y respetando las diferencias étnicas, sociales, culturales y religiosas, entre otras, teniendo siempre en cuenta que aquello que estemos respetando no atente contra la integridad y los derechos de las personas, animales y el medio ambiente.



En algunos ámbitos es más difícil que se de, sobretodo en aquellos de índole religioso, pero en la actualidad hemos visto destacados ejemplos, como la visita de Juan Pablo II a una sinagoga, en Abril de 1986; el papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) no se ha quedado atrás, dialogando con representantes de la comunidad islámica y visitando además templos de otras religiones. El líder del budismo tibetano el Dalai Lama, también se ha caracterizado por la apertura y el diálogo abierto, y asimismo otros líderes religiosos se muestran hoy en día más dispuestos al diálogo y la comprensión; estas actitudes de tolerancia religiosa ya han pasado de ser un lujo para llegar a ser una verdadera necesidad, en un mundo marcado por el conflicto de ideologías, conflictos que han desencadenado los más terribles actos extremistas en el mundo, tanto históricamente como en la actualidad.
Una de las mayores dificultades en torno al ejercicio de la tolerancia, encontrar el punto en el que ya no hay que tolerar. En otras palabras, se trata de la dificultad de establecer el límite entre lo tolerable y lo intolerable. Tal es la dificultad de esto, que se ha constituido como un verdadero problema de índole filosófico.

Como se define
Podríamos definir la tolerancia como la aceptación de la diversidad de opinión, social, étnica, cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona...
La tolerancia si es entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces una virtud de enorme importancia.
El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar.
Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos: La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá incansablemente que, “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda violencia”. Y que, “si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”. ¿Les suena esto en la actualidad mundial?. Además, “si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”.


¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. Ahí entra en juego nuestro discernimiento. Defender una doctrina, una costumbre, un dogma, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Con este concepto entendemos claramente que la verdad siempre surge desde la individualidad y que las verdades generalistas solo nos llevan a un camino de confusión.
De todas formas, hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema.
Todos los análisis realizados por filósofos y estudiosos de la materia al respecto a la tolerancia aprecian la dificultad de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. De nuevo, y como en casi todos nuestros acontecimientos diarios, debemos beber en la fuente de la sencillez, ella será la encargada de otorgarnos el discernimiento que nos de la inspiración para el obrar.
Hemos empezado hablando de la tolerancia como parte del “respeto a la diversidad”. Se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que es muy necesario y urgentemente hay que promover.
Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al “vive y deja vivir”, y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad, una actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres, dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque “el hombre es cosa sagrada para el hombre”. Su propia naturaleza pide el respeto mutuo, porque “ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de los mismos elementos y para un mismo fin”. Séneca no se conforma con la indiferencia: “¿No derramar sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!”. Por naturaleza, “las manos han de estar dispuestas a ayudar”, pues sólo nos es posible vivir en sociedad: algo “muy semejante al abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguantan por este apoyo mutuo”. La benevolencia nos enseña a no ser altaneros y ásperos, nos enseña que un hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y sentimientos. La tolerancia es un regalo desde los primeros años de la vida.



Podría decirse en términos generales que la TOLERANCIA consiste en no oponerse a algo, teniendo el poder o la capacidad para hacerlo, tolerar es aguantar, consentir, permitir, soportar, sufrir en silencio y en beneficio de otros.
El propósito de la TOLERANCIA es permitir la coexistencia pacífica de las personas. Es importante, por lo tanto, para ejercer la tolerancia, reconocer la individualidad y la diversidad, lo que permite eliminar las máscaras que crean los desacuerdos.
La semilla de la TOLERANCIA, sin lugar a dudas, es el AMOR. Semilla que debe plantarse con sumo cuidado desde la más tierna infancia. Cuando hay carencia de amor también hay falta de TOLERANCIA.
La familia es la primera escuela donde se aprende a ser tolerante, luego le corresponde a la educación formal  afianzarla. Ella es una fortaleza interna que les permite a las personas afrontar dificultades y disipar malos entendidos ya que la TOLERANCIA cultiva la habilidad de calmar los sentimientos fuertes y encendidos de las personas.
El conocimiento y la perspicacia levantan como un escudo protector a la TOLERANCIA de manera que el individuo permanece íntegro y contento, no se siente amenazado ni por las personas que tratan de dañarlo, ni por las circunstancias que lo rodean.
Una persona que practica la TOLERANCIA es como un frondoso árbol cubierto  de frutas las que ofrece generoso aún cuando se le esté agrediendo con palos y piedras, él  siempre entregará sus flores y sus frutas con la misma intensidad de siempre.
Porque seamos capaces de cultivar este inapreciable valor, hago votos al Señor, a quien le pido que los bendiga y guarde con bien.



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